viernes, 4 de septiembre de 2020

Irse nada más con el viento.

 Se halla aquí una vez más

El viento le cala los huesos y pone sus vellos en punta dándole una sensación de libertad que esparce en su interior un vacío particular que no se siente ni bien ni mal. 


Está acostada y contempla el cielo que se ve profundamente negro aquella noche, y la busca y la busca y la busca y la busca y no está. Necesita susurrarle con tantas ganas, drenar sus mares en dichos cráteres y formar pequeñas lagunas de esperanza, de la esperanza que siempre le brinda.


Ando por el sendero blanco que marca mi camino, ando y ando y poco a poco me voy desesperando, empiezo a correr y entre más velocidad consigo se hunde mi sendero blanco, mi camino ambiguo hacia mí tan ansiado y perfecto destino. 


Se va atascando con mis nubes, su estado gaseoso atrapa sus pies, queriendo succionar su cuerpo y dejarlo caer contra el duro pavimento de la verdad. 


Y corro y corro y corro y tengo miedo y estoy asustada y estoy llorando, no porque estoy cayendo sino porque no la veo, y si no la encuentro quién más me va a escuchar, y si no vuelve a aparecer qué tendrá eso que significar. 


Y el sendero blanco desaparece y ella se cuelga de una estrella que brilla tanto que quema y le duelen los dedos, los brazos, las piernas, el pecho, los huesos, todo aquí dentro tiembla. 


Siento como el calor amenaza con volverme en cenizas pero siento cómo la amenaza que tanto dolor me infunde es también mi más sincera salvación. 


Y de un instante al otro lo entiende todo, lo entiendo todo y nos dejamos ir nada más con el viento.


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