viernes, 4 de septiembre de 2020

Sin nombre.

¿Recuerdas?


Ese día en que tu sangre se volvió vino y llenó a tope mi copa tal cual vacío de inmensa profundidad. Cuándo me mirabas con ojos rotos y blanquecinos, mordiéndote las uñas, rasposas y húmedas que me acariciaban con lo poco que te quedaba ya por desgarrar.


Nunca entendí cómo batallabas contigo misma por ofrecerte tanto estando partida.

¿No te dolían las vísceras ni los huesos con cada paso hundido entre los vidrios rotos y la arena caliente de mi terreno? No te ardía en la piel el veneno que ingeriste de mis labios esa única vez. 


Deberían estar desintegradas a estas alturas ya tus alas y tus pies.


Y tú sigues cautivandome.


Y haces que mi sangre se vuelva río caudaloso desde mi nariz, que mis ojos miren hacia dentro de lo negro escondido, hacía allá donde se quedó lo que compartí contigo. 

Que mis brazos se tornen incontrolables raíces, débiles, húmedas, asquerosas, guiándome hacia ti.


Y me llega el dolor punzante en la costilla; me fulminaste. 


¿Estás contenta? 

Ganaste, pequeña insignificante. Me hago mierda junto a ti.


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